jueves, 7 de octubre de 2010

El Nobel de Mario.


L mayúscula, de Loable.

Es el escritor del pueblo. De los que no se callan. Del pasado, del presente. De lo que vendrá. De mi América Latina querida.
El político del Perú. El humanista. El "escribidor". El creador. El influyente. De Madrid al cielo.
El primero o segundo de los prosistas, con García Márquez. La esencia misma de nuestro español, y de nuestro orgullo, que se mira en el espejo al otro lado del charco.

Salesiano. De carácter derecho. Auténtico. Liberal. Hacedor de dichas y desdichas, de vidas retuertas que se encuentran y desencuentran en una espiral imparable y siempre sorprendente. Cuando la rutina en sus manos se vuelve tragicomedia, y los seres más mediocres florecen como amapolas bajo el sol de primavera.
Mi autor predilecto en la lengua que me vio nacer, otra vez mano a mano con el colombiano que describió cien años sin compañía.

Vargas Llosa me mostró el malecón de Santo Domingo, y el San Cristóbal desordenado de Trujillo, mucho antes de que yo los viera por mis propios ojos, y, sin embargo, me bastó pisar esos lugares para reconocerme en ellos, y sentirlos entrañables, como sus gentes dulces de ojos verdiazules y piel tostada.
Y esos Andes agrestes. Salvajes. Lejos de los caminos incas, pero torturados por los senderos "luminosos" en los que la vida se jugaba a dados, sobre todo la de los más vulnerables.

Mario. El caballero. El mestizo.

Bien merecido, sí señor. Uno de los Nobel más dignos. Imagino que forma parte del plan "renove" de los suecos después del ridículo hecho con Obama. Por mucho que les pese a los rojillos hijos de Saramago o a los que militan tras la sombra de Herr Günter Grass.

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