domingo, 28 de marzo de 2010

Jesús y Emilio, los zipi-zape de los montes


Qué tendrá Jesús que a todos nos gusta. Incluso a los que no les va el monte. Pero a los que nos apasiona, ya es que nuestra afición por su programa y por su desparpajo roza la adicción.
Recuerdo que la temporada pasada, haciendo zapping el domingo por la noche, me di de bruces con él y me enganché. Jesús es un tipo que se lanza a la aventura porque es su modo de vida, porque ha decidido que la vida hay que vivirla así: plantándole cara al mundo que nos rodea en lugar de dejar pasar los días "amodorrados" en la ciudad; pero a la vez es una persona de carne y hueso, que no va de duro, y cuando tiene miedo o dudas nos lo confiesa a nosotros, que a veces somos su única compañía, además de su inseparable Emilio.
Emilio, otro leonés que ha mamado monte desde crío, es el cámara de las expediciones, y aunque no le veamos más que en contadas ocasiones, él sigue los pasos de Jesús y con una pesada cámara al hombro.
Los dos son el tándem perfecto para el proyecto de Desafío Extremo, y si además participan Kike Calleja o María March pues mejor que mejor: programa redondo.
Pero no todo es sufrimiento en la vida, y entre desafío y desafío a veces pueden darse pequeños homenajes mano a mano con los locales, que son pequeñas joyas documentales del folklore de estas gentes tan distintas a nosotros pero por otro lado, tan parecidas. Y ahí tenemos a Jesús y a Emilio compartiendo sus platos, degustando sus bebidas y probando los distintos mejunjes medicinales y no tan medicinales que les ofrecen. Y todo con la mejor de sus sonrisas y regalándonos comentarios que nos hacen reír hasta de nuestra sombra.
Porque yo veo y escucho a Jesús y es que estoy viendo a un amigo montañero, no a un alpinista pedante que viene a lucirse y a mostrarnos su técnica perfecta.
Así que este post va por vosotros y por vuestro programa, y porque seguiremos atentos a vuestras azañas, aunque sea desde el sofá de casa.

sábado, 27 de marzo de 2010

Un soplo de aire fresco


Hace dos viernes tuve el placer de repetir mi cena anual con los hermanos Mirafiore. Quedamos en el mismo restaurante del Borne de todos los años y como siempre llegué tarde. En la puerta ya me esperaban Enzo, Oddone y la mujer de éste, mi buena amiga Elisabetta. No me dejaron ni disculparme, en cuanto me vio Elisabetta lanzó un gritito y los cuatro nos fundimos en un cálido abrazo.
Ver a los Mirafiore es mágico, es como volver atrás en el tiempo, hasta aquel verano del 2000 en el que nos conocimos por aquellas casualidades del destino. Yo estaba pasando unos días en la Costa Azul con unos amigos y decidimos "acercarnos" a Milán. En un bar de la zona de Navigli nos encontramos con un conocido nuestro que nos presentó a Elisabetta y a su novio, un chico muy hablador llamado Oddone Mirafiore. La encantadora Elisabetta me invitó a pasar un par de días en la casa de su familia junto al Lago di Como y fue entonces cuando forjamos una amistad que ya dura una década.
Aún hoy me pregunto de dónde surgió aquella empatía mútua. Al fin y al cabo yo era una desconocida para ellos y me abrieron las puertas de su mundo con una generosidad sin límites. Elisabetta se ríe y me pellizca cariñosamente la mejilla: "ay la mia sorella spagnola...", dice zanjando el tema. Oddone también se ríe. Con el tiempo, el joven locuaz se ha convertido en un hombre con los pies en la tierra que gestiona los negocios de su familia con gran acierto, entre ellos la bodega de la Toscana que es el emblema familiar, y precisamente es la promoción de ese chianti tan afamado lo que les trae a Barcelona cada primavera. Además se casaron allí mismo, en las bodegas, y por lo que cuentan su boda fue la más sonada de la región. Me da pena no haber podido estar con ellos en ese día tan especial, al igual que ellos sienten no haber venido a nuestra boda un año después. Diversos viajes nos lo impidieron, pero es igual, estamos por encima de todo eso.
Enzo, el hermano mayor, es totalmente diferente a Oddone. No es un italiano al uso, es más serio y reservado, pero también más rebelde, no quiso hacerse cargo de la empresa familiar y prefirió dedicarse a la fotografía en Roma. En seguida me pregunta por Nicolás y luego por Iñaki. Y sé de buena tinta que estos últimos meses ha estado realmente preocupado por nosotros. A Enzo le conocí años más tarde, cuando el trabajo de Iñaki nos llevó a pasar diez días en Roma y yo tenía que hacer turismo sola. Oddone había insistido en que llamara a su hermano esos días y finalmente me decidí. Recuerdo que nuestro primer encuentro fue en la plaza Mattei, en el barrio judío, y es que Enzo quería mostrarme la Fontana delle Tartarughe, una joya alejada de las rutas turísticas.
Los Mirafiore son así, únicos. No están en el Facebook. Son amigos de carne y hueso. Y te hacen sentir bien con sus sonrisas y sus conversaciones sosegadas. La verdad es que lo necesitaba después de los últimos meses, y de los últimos días. Gracias por todo. A presto

domingo, 21 de marzo de 2010

A Michael le quedaba mejor el rojo


La verdad que siempre me ha gustado Michael. Incluso cuando de joven competía con cierta falta de ética. Y es que hubo un tiempo en el que ver cómo el Käiser echaba de la pista a Damon Hill o Villeneuve era lo habitual. Luego, cuando nuestro Fernandito entró en acción, y pese a ir a Montmeló disfrazada de Pitufo, no había manera de animar al asturiano de corazón, y es que era al alemán al que me gustaba ver en la pole. No me preguntéis por qué. No tengo ascendencia alemana ni italiana, os lo juro. Con el tiempo he comprendido que la afición nace, no se hace, y puede ser estrambótica y carente de sentido porque no hay reglas escritas. Tengo un amigo de Barcelona que es del Sporting de Gijón porque de pequeño su hermano siempre le daba los cromos "repes" de ese equipo. Eso es afición, de eso se trata: no limitarse a animar al equipo o al deportista de tu tierra porque simplemente es el que te pilla más cerca.
Volviendo a Schumacher, en el 2006, con 37 años, decide abandonar la Fórmula 1. Se dice que es una decisión meditada, que quiere dejar espacio a los más jóvenes que, como Alonso, ya se están haciendo un nombre. El último año no había sido bueno para él, su monoplaza no era competitivo y eso era más de lo que un hombre acostumbrado a ganar podía permitir. Pero a esas alturas Michael ya es el piloto más laureado de la historia, sobre todo para los ferraristas. Once años en la escudería como primer piloto y cinco campeonatos consecutivos como número uno forjaron su leyenda. Así que seguiría vinculado a Ferrari. Italia lo amaba. Hasta el 2006 e incluso después podías ver su rostro anunciando de todo en cualquier ciudad de la Reppublica. Desde coches, hasta trajes o tarjetas de crédito.
Pero el Käiser no ha podido acostumbrarse a esa vida regalada como asesor "emérito" de la famosa Scuderia. Él quería emoción. Quería volver a competir, volver a trabajarse cada curva de cada circuito, y Mercedes Grand Prix se lo ha puesto en bandeja. Quieren traerlo de vuelta a Alemania. Quieren que su mediático rostro vuelva a ser propiedad de los teutones. Y que vuelva a anunciarnos sus Mercedes, que tienen más caché que los Fiat, dónde va a parar.
Y desde luego que yo me alegro porque vamos a poder disfrutar de él al menos un campeonato más, aunque eso sí: el "rojo Ferrari" le sentaba mucho mejor.

sábado, 20 de marzo de 2010

Alicia salva su cabeza


Alicia se atusa el cabello mientras el Gato de Cheshire baila. Nada es lo mismo en aquel extraño lugar. Ya no sabe quiénes son sus amigos, ni siquiera sabe si el Conejo Blanco llegará a la hora del té y hace un par de semanas que viven atrapados en los dominios de la Reina de Corazones.
La Reina es una mujer curiosa. Parece que le ha cogido cariño, sin embargo Alicia no puede evitar estar alerta en su presencia. El otro día, sin ir más lejos, la Reina se reía con su inseparable amiga, la Duquesa, y en cuanto ésta se fue, se le acercó y le susurró al oído toda una serie de lindezas de la buena señora. Que si era una interesada. Que si ella y su marido eran unos miserables. Que si ya no le quedaban joyas por venderlas para jugar al bingo. Alicia no pudo decirle que a ella todo eso le daba igual. No es que la Duquesa le gustara, en absoluto, era una pequeña déspota que no dejaba de mirarla con cierto desprecio, pero le incomodaba que la Reina criticara así a su amiga. Qué haría entonces cuando se cansara de ella misma.
Y efectivamente, una mañana que el Gato hacía sus estiramientos junto al campo de crockett real oyó cómo la Reina hablaba de Alicia con la Duquesa. La ponía de vuelta y media.
Desde entonces Alicia intenta no prodigarse demasiado en la corte y ella y el Gato de Cheshire pasan la mayor parte del tiempo contándose historias en sus aposentos.
Pero ese día Alicia se ha levantado especialmente airada y nostálgica y dice en voz alta: "Estoy harta de estar aquí. No me gusta esta Reina que nos utiliza como juguetes a su antojo, ni me gusta la Duquesa que tanto nos desprecia, creo que debemos irnos de una vez". En ese momento se abre la puerta y entran en tropel una decena de naipes armados que la esposan y la arrastran ante la Reina. "Majestad, ha sido como usted decía, acaba de difamarla con saña".
La Reina mira a Alicia con fingida afectación. "Hija, con lo que yo he hecho por ti. Qué ultraje". Alicia no puede resistir la hipocresía de esa situación absurda. "Majestad, y cuándo es usted la que me agravia ante la Duquesa: qué se supone que debo hacer yo?" El rostro de la Reina se enrojece al oírla. Alicia da un paso hacia atrás asustada. Los naipes tiemblan detrás suyo. "QUE LE CORTEN LA CABEZA A ESTA DESLENGUADA!!" Pero Alicia es más rápida que los guardias que tropiezan entre ellos torpemente y sale por la puerta que el Conejo Blanco, que acaba de entrar ajeno a todo, ha dejado abierta. Fuera el sol brilla y la brisa huele a primavera, y cuando el Gato de Cheshire le alcanza y se frota con sus tobillos, ella sonríe por primera vez desde hace mucho tiempo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Una historia de San Patricio


Neal recibe la carta el mismo día que descubre que el dueño del tailandés de la esquina es en realidad chino. Se encuentra en New Jersey. Abre el sobre y dentro descubre los trazos decididos que tan bien conoce. Se acerca el papel, una simple hoja de libreta, y aspira un aroma que sólo él parece percibir. El mensaje es claro y conciso. Se ríe, ajeno a las miradas del resto de viandantes.
En la Gran Barrera de Coral un instructor de submarinismo llamado Eoin no puede concentrarse en la clase, ni siquiera en ese par de gemelas bronceadas que le lanzan ardientes miradas. Cuando se zambulle en el océano seguido de sus jóvenes alumnos ya tiene todos los detalles atados, sólo espera regresar a Cairns y coger el teléfono.
El calor sofocante de Singapur apenas se nota en el aséptico metro de la ciudad, donde una mujer llamada Erin y su marido Declan convienen que el mejor nombre para el bebé que esperan sea Shane. Ella sonríe satisfecha porque era su favorito, él se encoge de hombros mientras con su blackberry consulta los billetes de avión. "Cariño, saldré el próximo jueves. No te importa, verdad?"
Ya huele a primavera en Madrid. El corpulento Ciaran, que ya empieza a conocerse la ciudad como la palma de la mano, se desabrocha el nudo de la corbata mientras camina decidido hacia el Bernabeu. Espera que esta vez el Madrid pase a cuartos. Tras noventa minutos de agonía se da cuenta que ya es hora de tomarse una buena cerveza, así que sí, volverá a casa para San Patricio.
Ya empieza a oscurecer cuando los cuatro hermanos Hannigan se encuentran en el pub. En Galway les conocen bien y alrededor de su mesa se congrega medio vecindario además de alguna antigua novia. A las 8 en punto se abre la puerta y los cuatro se levantan emocionados. Su hermana Maeve, la chica más guapa del mundo, entra radiante. Cada vez se maneja mejor con la silla de ruedas. La verdad que está estupenda. Y como cada 17 de Marzo, los cinco se reencuentran y celebran la vida.

lunes, 8 de marzo de 2010

Perdón


No tiene que ser difícil pedir perdón. Todo el mundo debería hacerlo, de corazón y con humildad. Yo también quiero pedir perdón, esta vez porque no he sabido hacer las cosas bien. Porque me he equivocado en la forma, en el cómo y en el cuándo, y porque no he sabido transmitir mi verdad ni lograr que esa verdad cambie, que nos cambie a todos, que nos haga mejores personas. Por eso pido perdón. Porque mi equivocación no ha movido montañas ni ha sentado las bases para un nuevo día. No he logrado nada y me vuelvo con las manos vacías. Más vacías que antes, si cabe. Así que perdón, de nuevo, a todos los que he fallado. Incluso pido perdón a los que no he fallado porque nada esperaban de mí.
De nada sirve escudarse en las circunstancias o en los tiempos, cuando te equivocas, te equivocas. Y lamento haberlo hecho de una forma tan evidente, porque de esa forma yo misma me he tendido la trampa, y no he dejado resquicio para la comprensión, ni siquiera para la duda.
Los que han asistido a mi traspié ya no se plantearán los hechos. El fondo, los hechos, quedarán en el olvido. Pero, como digo, no culpo a nadie, más que a mí misma.
Al fin y al cabo cada uno acaba teniendo lo que se merece.
Así que de nuevo, perdón.

martes, 2 de marzo de 2010

Regreso a Africa


Todos tendríamos que "regresar" a Africa alguna vez en nuestras vidas. Digo regresar porque de allí venimos y, sin duda, los que vayan se sentirán extrañamente apegados a una tierra reseca, que llama como si de una madre se tratara.
Ir allí y despojarse de todos los ropajes innecesarios y quedarse sólo con lo puesto, volver a ser inocentes, primarios, olvidando por unos días lo que se tiene para sólo ser. Y si el próximo Mundial de Fútbol es una excusa para hacerlo, bien está.
Nuestro primer encuentro con Africa fue en Kenia. Antes de pisar ese suelo, se nos planteaban ciertas reticencias, si íbamos a poder movernos libremente, nuestra seguridad, cómo iban a tratarnos: si sólo verían al blanco y a su dinero o por el contrario si se nos acercarían con ánimo de charlar amistosamente, sin perseguir nada a cambio.
Pero no fue así. Los keniatas nos recibieron con los brazos abiertos en todos los lugares que tuvimos oportunidad de conocer. Y cuidado que hablo de keniatas negros y blancos. Recuerdo a Mira como si fuera ayer, aquella kikuyu risueña que nos buscaba a la hora de la cena para explicarnos mil historias de sus ancestros y que me acompañó a hacerme las trencitas inacabables . Y a la familia Mwangi, con sus hijos pequeños, sobre todo a Lollipop, como la llamábamos nosotros, la niñita "golosina", con las manos siempre pegajosas y llenas de azúcar. En el Monte Kenia conocimos un Africa ecuatorial distinta al Masai-Mara, arbórea y húmeda, y unos personajes curiosos, algo cínicos, que se reían si te picaba una mosca tsé-tsé (doy fe que me picó una y aquí estoy, despierta que yo sepa) o que te ponían el Real Madrid en la tele aún a sabiendas que éramos del Barça. De vuelta en Nairobi, los Deglon se ocuparon de nosotros y nos sacaron de paseo por la noche nairobita, más hindú de lo que imaginábamos, como todo el Africa oriental. La señora Delyse Deglon en particular me dio un par de clases de prácticas de la vida "colonial" y de todo el exotismo que aún hoy encierra. Ellos y tantos otros terratenientes blancos continúan siendo los aristócratas de Africa, pero sus trabajadores están felices porque cobran cada mes.
Sudáfrica es distinto. Un país post-apartheid. Puedes pasar de los viñedos perfectos de Península del Cabo, de los muelles cosmopolitas de Cape Town o de las playas índicas de Umhlanga Rocks, a los townships inacabables de Johanesburgo, a las gasolineras "búnker" de Durban o a las grupos hambrientos de lugareños que se hacinan en las rotondas esperando que algún afrikaaner les contrate para podar sus rosales. Pero Sudáfrica también es Krueger, y Phinda, una pequeña reserva privada donde todos los animales que se escaparon del Arca de Noé vagan felices entre los bungalows más selectos. Es maravilloso estar ahí. Y al atardecer puedes escuchar la letanía de estridencias y rugidos mientras saboreas un Amarula o un buen whisky y cuentas por enésima vez a tu vecino de tienda cómo apareció la elefanta de entre los arbustos y le plantó cara al jeep. Sudáfrica casi es el Paraíso. Casi. Pero si eres blanco mejor no te arriesgues y si en junio vas al Mundial no salgas a pasear solo ni frecuentes ciertos barrios, puede ser más peligroso que desayunar roast-beef en medio de la sabana.

lunes, 1 de marzo de 2010

Aquellos días en el pueblo


Los que tenemos pueblo somos diferentes de los que no lo tienen. Es un hecho. No quiero decir con ello que seamos mejores que ellos, tampoco peores. Simplemente somos distintos. Quien no ha veraneado en un pueblo en su niñez, y luego en su adolescencia, no ha saboreado una libertad que no existe en otro lugar.
Pero quiero especificar que no todos los pueblos son iguales. No es lo mismo veranear en un pueblo de mil habitantes, con tiendas, mercadillo y sucursales bancarias, que es casi una maqueta de la ciudad, que en un pueblo de apenas 25 almas en invierno, con cuatro casas, un frontón y un "bar-centro social-terraza" todo en uno y que sólo abre en verano.
Yo pertenezco al segundo grupo, al de los que veraneamos en aldeas perdidas en la España profunda, y orgullosos de ello, porque cada verano, aunque sólo sea por unos días, nos reencontramos con nuestras raíces.
Si has veraneado en un pueblo de estas características de niño conocerás el sabor de las chuletas bien hechas en ascuas de pino, el frío gélido que te recorre entera cuando te metes en el río, el sonido indescriptible de los chopos agitándose a última hora de la tarde; y te habrán picado las pulgas por estar todo el día con los chuchos del vecindario, y habrás llevado mil abones de los malditos tábanos, y tendrás cicatrices por todo el cuerpo de otras tantas caídas con la bici. Además, habrás conversado con los cosechadores, tus primos te habrán llevado a ojear el jabalí, sabrás distinguir el trigo de la cebada y habrás comido arroz de liebre o codornices escabechadas antes de salir corriendo por la puerta de casa.
Libertad era eso: salir disparado a la mañana y no volver a casa más que para comer. Y nadie te pedía cuentas. Te juntabas con los amigos de fechorías, de todas las edades, y se te pasaban las horas descubriendo tesoros y soñando despiertos. Por la noche, después de cenar, volvías a reunirte bajo una farola, en un rincón perdido, y hablabas y hablabas, contabas historias, imaginabas misterios y hacías confesiones.
Luego, en la adolescencia, cambiaba el ritmo. Las mañanas no existían: sólo la noche y sus verbenas. Que quién nos llevaba. Con quién te volvías. Los primeros "cubatas" y cuántos te bebías. Ramoncín. Rosendo. Kortatu. El frío de la madrugada castellana que se te metía dentro y no lo sacabas en dos días. Conocer a los del otro pueblo. La lluvia de estrellas, en buena compañía, y los amaneceres que siempre te pillaban sentado en la acera, charlando con la boca de trapo. Pero lo mejor eran las tardes, cuando te reunías somnoliento para fumarte un cigarro a escondidas y reírte de la noche anterior.
Y aunque ahora intentes hacer lo mismo ya no es lo mismo. Ahora cuando nos reunimos lo hacemos para revivir las batallitas de aquellos años, porque aquel tiempo que voló ya no volverá pero nos ha dejado una huella permanente, nos ha hecho diferentes.