jueves, 11 de noviembre de 2010

De espaldas a la ciudad


Ya fuera de la ciudad, al norte, a medio camino entre el último de los polígonos, el llano boscoso y el monte, hay un árbol, una masía y una vieja edificación de piedras medio derruida y casi cubierta por la vegetación.
Nadie parece prestarle mucha atención a la estampa.
Algunos corredores vestidos de marca hasta los dientes llegan hasta allí con su iPod a todo volumen sin alzar la vista del pavimento.
Otros vecinos pasean los perros por entre las piedras centenarias más atentos al color y a la consistencia de las "caquitas" de su can que a lo que les rodea.
Nadie parece verlo.
Pero algo sucede.
Y es que nada se mueve en ese lugar desde hace siglos.
Y es bello a rabiar.
Las noches sin luna parece un decorado. Cuando el cielo azul cobalto se funde con las aristas y los contornos, y en los campos apenas se oyen los pasos sordos de los conejos y los gatos salvajes.
Quieto. Tan quieto. Silencioso. Y frío.
Y si acudes allí y te sientas al borde del camino que lo rodea, de espaldas a las luces de la ciudad, y lo contemplas, sin decir nada, con la cabeza apoyada en el hombro de quien te acompaña, algo cambiará en ti para siempre. O puede que no, y seas más tú mismo que nunca antes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Un árbol seco, en el camino de ronda. Un tronco. En el suelo anclado. Las ramas que se agitan, desnudas. Sonido de invierno. El viento que se entretiene en su copa". Fdo: tu seguidor de Madrid