lunes, 14 de marzo de 2011

Japón tembló y lloró


La verdad que la noticia con la que nos despertamos el pasado viernes 11 de Marzo no pudo ser más terrible.
Como todos sabemos, poco antes de las 3 de la tarde, casi las 7 de la mañana hora española, un seísmo de 9 grados en la escala richter (los 8,9 grados que todos manejábamos han sido recientemente rectificados) asolaba Japón. Según las informaciones, este seísmo sería el más intenso que ha padecido el país del sol naciente desde que hay registros, y por ende uno de los más intensos de la historia de la humanidad.
Pero eso no fue todo, poco después un tsunami de hasta 10 metros se cebó con la costa noreste del país, especialmente de la provincia de Miyagi, tragándose todo lo que encontraba, casas, coches, barcos, carreteras, hasta casi veinte kilómetros tierra adentro.
Hoy la última cifra de muertos raya los 3.000 y se cree que puede ascender a más de 10.000 si se confirman las cifras de desaparecidos de Sendai, una ciudad pesquera de la prefectura de Miyagi, y todos seguimos pendientes de la central nuclear de Fukushima y sus tres reactores.

Pero esos son sólo datos. Y yo ahora quiero centrarme en las personas y en el país.
Los que hemos tenido la suerte de visitar alguna vez Japón seguramente coincidiremos en el carácter honesto y trabajador de sus gentes. En las grandes ciudades como Tokyo u Osaka miles de ejecutivos trasiegan de aquí para allá encaminándose a sus trabajos de sol a sol, o abarrotando los comercios en su afán consumista a final del día. Van a la suya, y están siempre a la última, cuidándose siempre de no molestar a los demás y sin importarles lo más mínimo las pintas del que tienen al lado.
Y luego están los japoneses de las zonas rurales, pesqueras o los de ciudades más tradicionales, son humildes y quizás más discretos, pero tan educados y laboriosos como los primeros.
No hay un país más organizado que Japón, y en cierto modo podemos estar algo más tranquilos de que haya ocurrido allí y no en otro lado, porque si hay alguien que va a poder salir adelante son ellos, y los daños y la cifra de víctimas, aunque están siendo tremendos, son mucho menores que de haber pasado en cualquier otro lugar.

Una amiga que vive allí nos contaba que, después del terremoto, salió de casa con su hija y cómo la recibió una vecina acogiéndola en su casa, poco después, al regresar a su apartamento ya más tranquila se encontró con una bolsa llena de alimentos que le había dejado otra de sus vecinas.
Por eso creo en ellos, más allá de sus recursos económicos y sus capacidades técnicas, y sé que Japón volverá a brillar como la gran nación que es.

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