martes, 7 de diciembre de 2010
Geografía (muy) personal
Existen dos tipos de bellezas. La belleza perfecta, armoniosa, como el paisaje zen que no podemos dejar de contemplar, en el que cada cosa combina a la perfección con lo que la rodea, formando una unidad indisoluble, un todo impecable.
Sin embargo, hay otra belleza que no es así. Es íntima. Viene de dentro. Y al contrario de la primera, reside no en la perfección sino en el caos.
Quién no ha estado en ciudades absolutamente bellas y sin embargo se ha venido con la sensación que ha visitado un mero decorado o un parque temático. En mi ranking de paisajes urbanos huecos sitúo en primera línea a Praga, con San Sebastián yéndole a la zaga (aunque a ésta le salva Arzak), Sevilla, Brujas, Munich, Cannes, Montreal o Kyoto.
En cambio, las ciudades americanas transmiten una energía apabullante, al menos en las que he estado, que sin poderse calificar de bonitas te recargan las pilas para todo el invierno, lo mismo que Londres, Bilbao, Tokyo, Moscú, Hong Kong, Auckland o Singapur. En Africa obviamente no queda lugar para la estética, pero contemplar por ejemplo cómo en las rotondas los vecinos hacen huertos improvisados, o cómo los pastores deambulan junto a las embajadas occidentales para cerrar sus tratos por el ganado, son otra forma de belleza. Y qué decir de Florencia, Nápoles, Palermo, Niza, pura poesía en los mercados, en las plazas, en las paredes descorchadas, en la ropa tendida, en el tráfico loco. Así como el odio enquistado entre Falls Rd y Shankill Rd en Belfast, o el ansia okupa y subversiva que encontramos en Christiania (Copenhague), en el Tacheles de Berlín y aledaños, en el Jordaan de Amsterdam o por la zona de Brunnenmarkt en Viena. Y joyas desconocidas o fuera de los circuitos turísticos como son Darwin en Australia o Christchurch en Nueva Zelanda.
Pero, como en casi todo, existe una tercera vía, un punto intermedio que concilia los dos extremos, y es que también hay algún que otro lugar, alguna que otra persona, que es a la vez bella y auténtica. Para mí esos lugares podrían ser Madrid, Edimburgo, Roma, París, Cracovia, Budapest o Bruselas. Y estoy a la espera de visitar Israel que sé que no me defraudará.
En cuanto a personas así, también existen, lo sé, y las guardo como un tesoro.
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