domingo, 4 de abril de 2010
El buen palestino
Amman se despierta temprano a la llamada a la oración de los muecines. Hay grúas por todas partes. Y hay iraquíes también por todas partes. Samir Kamal se toma un café rápido antes de entrar en la oficina. Hoy tiene por delante un día interesante. Primero se entrevistará con el señor Hariri, después se reunirá con los abogados del proyecto Araral en el Mar Rojo y por último hablará con España sobre la joint venture en Arabia Saudita.
Samir es palestino pero vive en Amman desde hace más de treinta años, cuando él y su familia se trasladaron huyendo de las restricciones que Israel estaba imponiendo sobre la entrada y salida de bienes en Cisjordania. La familia Kamal es una familia de comerciantes y si les quitaban eso les quitaban su modo de vida, así que decidieron emigrar a la vecina Jordania. Luego estalló la Primera Guerra del Golfo, y gracias a sus contactos se hicieron con varios contratos de suministro al ejército. Desde entonces su fortuna no ha hecho más que crecer.
Y Samir, a sus treinta y cinco años y educado en Riad y EEUU, es el patriarca de la familia y el que dirige sus negocios en Oriente Medio. Es un hombre popular en Amman y un musulmán devoto, que cumple sus cinco rezos diarios en la Mezquita Azul. Además dedica gran parte de su dinero a obras sociales en las regiones más pobres de Jordania y Palestina, donde ha construido ambulatorios, centros sociales y comedores benéficos para los más necesitados, especialmente en la frontera con Iraq. Samir el "Táiib" le llaman sus conciudadanos, Samir "el Bueno".
El día pasa rápido en la oficina de Samir, en el distrito financiero de Jabal Amman. Después de la comida, Samir repasa sus notas antes de la reunión telefónica con España. A las 4 pm suena el teléfono.
La llamada que espera es la mía. Tengo una foto de Samir en la pantalla del portátil. Es una foto que he sacado de internet de una recepción en la Embajada Americana. Es un hombre moreno, delgado, que viste a lo occidental, con un traje caro. Se le ve saludando al rey Abdalá II con gran respeto. Me fijo en su cara, sus facciones son finas, su expresión contenida, está claro que es un hombre influyente en el Reino Hachemita.
Tengo que reconocer que mi mano tiembla al marcar su número y dudo un segundo antes de presentarme. Parece sorprenderse al oír mi apellido pero en seguida se centra en la operación común en Arabia Saudita. Habla un inglés perfecto, con un ligero acento árabe, y es tremendamente educado. En pocos minutos despachamos los puntos en discusión y llegamos a un acuerdo muy constructivo para las dos partes. Mi intención es despedirme y enviarle un breve informe de lo que hemos decidido pero él me interrumpe y me pregunta si soy sefardí. Enrojezco. Aunque no es la primera vez que me lo preguntan, sí que es la primera vez que lo hace un palestino. "No, no soy sefardí. Supongo que los que lo fueron en mi familia prefirieron convertirse al cristianismo antes que huir". A continuación, me pregunta mi opinión sobre Israel. Trago saliva, intuyendo que me adentro en terrenos pantanosos. "Creo que todos tenemos que tener derecho a defendernos, siempre y cuando no se dañe a inocentes". Tras un breve silencio, Samir me dice: "Yo soy palestino". "Lo sé", le respondo. Cierro los ojos esperando que un rayo de Alá me fulmine, o peor aún: que eche por tierra nuestro acuerdo, pero no, mi interlocutor sonríe al otro lado de la línea. "Yo hago negocios con los israelitas y creo que son buenos socios. Todo lo demás es circunstancial. Fíjate en sus caras, son como las nuestras, sólo que viven en su tierra prometida, al otro lado del Jordán, y compartimos el mismo dios, sólo que no le llaman Allāh. Me alegra que ahora estés tú a cargo del proyecto en Riad, así tendremos tiempo para hablar de otros temas". Cuando nos despedimos tengo la sensación que me han abducido, y me quedo absorta mirando su foto en el ordenador.
Nota de la autora: El verdadero nombre de El "Táiib" no es Samir Kamal.
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