Ayer nos reunimos nada menos que 55.000 espectadores venidos mayoritariamente del sur de Francia en el Estadi Lluis Companys (lo que viene a ser el Olímpico) a ver un partido de cuartos de final de la Heineken Cup, que, para quien lo desconozca, es la Champions del rugby europeo.
Los clubs que disputaban el pase a semifinales eran el USAP de Perpiñán y el Toulon que capitanea el que dicen es el mejor jugador del mundo: Johnny Wilkinson.
Y para completar la información numérica, de los 55.000 afortunados: 32.000 eran hinchas del USAP, 6.000 del Toulon, y los 17.000 restantes éramos básicamente admiradores de este deporte y federados venidos de toda España y Francia.
Pero más allá del indudable cariz deportivo del evento, quien ayer hubiera estado en los aledaños del Estadio y desconociera de qué se trataba aquel montaje, hubiera pensado que se hallaba ante un encuentro independentista previo a la consulta ciudadana de hoy en Barcelona, por el despliegue de aficionados rojigualdos, el número de senyeres y los "talleres" repletos de simbología catalana. Y es que los roselloneses y el USAP en concreto mantienen una fuerte identidad catalana.
Es un hecho que esa comarca del Pirineo Oriental, limítrofe por el sur con el Alto Ampurdán, conforma la región histórica catalana de la antigua Corona de Aragón, y ha mantenido una fuerte identidad distintiva y unos estrechos lazos con la Cataluña del sur. Los apellidos que se escuchan son Roig, "Vilaceca", Batlle, Plana o Bosch, y los seguidores corean con su acento francés la canción de l'Estaca, como himno.
Desde luego, es hermoso contemplar ese despliegue de folklore y color, y charlar con esos aficionados provincianos, alegres y rurales, con alguna cerveza de más, pero siempre bienhumorados.
Sin embargo, qué "cansinas" fueron esas entidades catalanistas, algunas incluso laportistas, que revolotearon alrededor nuestro, con sus "agentes" que te asaltaban a cada paso, y que contaminaron el evento en su intento de manipular a las familias, y traerlas a su terreno, metiéndote el dichoso burro catalán y la estelada hasta en la sopa, y mezclando como siempre churras con merinas. Para mí que ni siquiera se enteraron de qué iba el tema, que los que allí estábamos íbamos a ver buen rugby, y a disfrutar del ambiente festivo de unos aficionados coloristas y ruidosos, catalanes (que no catalanistas), y, mal que les pese a unos pocos: preeminentemente galos.